Se hace harto difícil concebir, por más que repensemos, cualquier instante, momento, etapa o acontecimiento en nuestra vida, que no se relacione con una canción, un disco, un cantante, un grupo o estilo, que nos haya marcado dejando su huella indeleble.
La música es vida y como tal, viste, complementa, nos arropa y, es fiel acompañante en momentos dichosos y en aquellos incluso más aciagos o infelices.
Bien sabrá el que está dotado por el don y la virtud de crear y generar una pieza musical, la carga emotiva y sentimental que quiere y necesita transmitir, empleando el poderoso lenguaje que es la música.
Dicho lenguaje posiblemente o, más aún sin duda, es el más plural, tolerante y democrático. Puesto que no hay grupo o persona que no se pueda identificar con un estilo o una determinada tendencia, la música no excluye, la música une.
Aquellos que vivimos con vocación, intentar hacer más llevadera la existencia a nuestros semejantes a través de la creación culinaria, conocemos de lo grato de degustar nuestros platos preferidos, aderezados con una música agradable, convirtiendo ese momento en algo, que con el discurrir del tiempo nos hará evocar recuerdos dibujando una sonrisa en nuestra faz, llegando a que nuestros ojos desprendan un brillo especial. Todo ello, mezcla de nostalgia y de felicidad.
Nuestra vida, irremediablemente está ligada a nuestro quehacer cotidiano, pero sin duda, lo mágico lo hallaremos en los momentos compartidos con amigos y allegados, en eso que denominamos ocio y que nos supone abstraernos de los problemas diarios, saboreando nuestra bebida preferida, el plato que nos parece sublime y evidentemente deleitarnos con nuestra música.
Concluyo reclamando el apoyo, siempre necesario por más que se reivindique con frecuencia, a la cultura gastronómica y musical. De ello dependerá una plácida existencia.
Que en nuestra soledad nunca falte nuestra melodía preferida.
¡Que siga la música! ¡Que no pare!